domingo, 31 de mayo de 2009

HÄNSEL Y GRETEL

Congelada y aburrida de la rutina de la súper rutina, apática y muerta de sueño manejé por la Kennedy para refugiarme en un rincón al que mi abuelo me solía llevar cuando comenzaba mi primera y tierna infancia.
Cuando compraron esta casa en 1960, el Arrayán era un pueblito y los jardines un bosque que la rodeaban; fue entonces que Gustav Wisser y su esposa Josefina Meyer decidieron convertirla en un café alemán y  llamarla "Hänsel y Gretel".
Han pasado generaciones completas que, como yo, traen a sus hijos a sentir un poco de la felicidad que sintieron en antaño, y los recuerdos vuelven frescos a la retina porque los juegos infantiles y las mesas en la terraza parecen ser los mismos, las sillas y los manteles, la decoración sencilla y acogedora es la misma; lo que no es tan bueno es que los garzones también parecen ser los mismos. ¿Y por qué no es tan bueno? En muchos lugares el personal ya es parte del mobiliario pero eso dificulta la atención al público porque tienen sus clientes favoritos,  y a gente como yo, que va una vez al año, no la reconocen (y  no tendrían por qué) entonces me entregan la carta 30 minutos después.
Yo había decidido estar en la terraza (sí, sí, siempre al revés de los cristianos, como decía mi abuelita) pero es que de verdad quería ver a mi hija columpiándose en el mismo asiento de fierro que alguna vez lo hice yo (ya sé, entiendo que es muy probable que lo hayan renovado pero déjenme creer que sigue igual) y como hacía frío, sólo dos parejas más con sus hijos nos acompañaban y el resto de los viejitos estaba  adentro al lado de la calefacción.
Entonces, como la mayor parte del público estaba en el salón, a nosotros nos atendieron con bastante demora. 
La carta me molestó un poco ya que estaba preparada para pagar un precio alto pero por un té que cumpliera mis expectativas; sin embargo sólo había café con leche (y no cortado) a $960 y un par de tostadas (sí, un par, dos tostadas) con palta costaban nada más y nada menos que $2.200. Caro, para mi gusto, caro, si lo sumamos a una porción de galletas que pedí para mi hija Amelia costaron también $2.200 y venían 4 galletas: dos obleas y dos galletas redondas con un poco de chocolate. Excesivamente caro. El trozo de pastel más barato cuesta $1.990 y una once completa vale $5.500 por persona (incluye: té ó café ó  chocolate + porción de torta ó  kuchen ó pie + triángulo de barros jarpa ó ave palta =>un triángulo es una tostada doblada por la mitad). 
Debo reconocer que fue aliviador ver que adentro del restaurante habían creado una sala de juegos para los niños: lo malo es que habían dos mesas a la entrada de la sala y estaba al lado de una estufa Comet y los niños tienden a tocar todo, por lo que decidí continuar en la terraza.
Lo bueno: 
1.-Las bucólicas banquetas como asiento frente a mesas al lado de una fuente de agua, con manteles cuadrillé verde frente a los juegos.
2.-El respeto por la naturaleza se conserva: aún siguen ahí troncos añosos que se reparten entre los juegos y las mesas.
3.-Tienen una oferta para celebrar los cumpleaños a los niños a la antigua: sin camas saltarinas ni juegos electrónicos, por $5.500 por niño que incluye la decoración, bebidas ilimitadas, papitas chips, ramitas, copa helado, hot dog, torta de cuchuflí (o bizcocho) y un regalo para cada niño, ¡y los juegos! Me pareció súper.
3.- La carta de almuerzo es bastante justa en la relación precio /calidad, al igual que los 3 tipos de vino que ofrecen (Carmen, Undurraga y Concha y Toro), pero ¡ojo! si quieren ir a cenar ya que tienen un horario de invierno: jueves y viernes de 15:30 a 21:00 horas y sábados, domingos y festivos atienden de 12:30 a 21:30.
Hänsel y Gretel es un lugar en extremo clásico, al que siempre vengo (y vendré) cuando necesito sentir el amor incondicional de mi abuelo, cuando quiero acordarme de recuerdos felices y eternos; pero les sugiero que renueven y adapten la carta del té a los nuevos gustos; orientar el servicio a nuevos clientes, que signifique siempre una agradable sorpresa para el que va por primera vez y no una atención amable pero sólo exclusiva a los clientes frecuentes.

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